Manganeso: Es necesario para que el esqueleto pueda estar en buenas condiciones y efectuar sus funciones con normalidad. Ayuda también a formar la hormona principal de la glándula tiroides -tiroxina-, que regula nuestro metabolismo.
Su falta produce anormalidades del esqueleto, fatiga y disminución de las características sexuales. Es difícil que este mineral pueda convertirse en tóxico, y unas dosis adecuadas de manganeso hacen que podamos conseguir un equilibrio mental y corporal mucho más grande, con incremento del deseo de actividad, interés por las cosas nuevas y recuperación más rápida del cansancio.
Molibdeno: Aparece en muchos alimentos e incluso en el agua de ciertas regiones. Favorece los metabolismos de las grasas y los carbohidratos y ayuda a que hagan mejor su trabajo determinados sistemas encimáticos. Su carencia puede llegar a producir determinados tipos de cáncer.
Níquel: Abunda en cereales integrales y semillas. Su falta puede producir deficiencias en las vísceras, aunque aún no se conocen con exactitud las necesidades de níquel y las funciones precisas de este mineral dentro del cuerpo humano.
Potasio: Aparece en los plátanos, frutas en general, vegetales y se pierde al cocer estos alimentos. El ser humano va eliminando el potasio al sudar, por lo que es importante estar atentos en los momentos de sudoración máxima, ya que, por ejemplo, los calambres musculares son un signo de la pérdida de potasio. Por ello es muy peligroso el uso de diuréticos. El potasio trabaja conjuntamente con el sodio -sus niveles deben presentar un equilibrio adecuado- para regular el mecanismo del agua corporal -casi las tres cuartas partes de nuestro peso-, normalizar el ritmo cardíaco y trabajar en las conducciones nerviosas. Su carencia produce alteraciones nerviosas, síntomas de cansancio e irregularidades cardíacas.
Selenio: Es fundamental para el mecanismo de las células humanas y el buen funcionamiento del corazón. Se encuentra en alimentos vegetales o animales que provengan de suelos con un buen contenido de este mineral. Las últimas investigaciones apuntan a dar una mayor relevancia a este mineral en el interior de nuestro organismo. Así pues, se cree que es básico en cuestiones como la preservación de la juventud y la prevención de las infecciones. Por otra parte, parece ser que actúa en combinación con la vitamina E. Se pierde con la emisión de semen -los hombres necesitan más selenio que las mujeres- y es altamente tóxico, por lo que si tomamos este mineral en forma de suplemento, no debemos rebasar los 300 microgramos diarios.
Silicona: Aparece en la piel y vísceras de los animales, así como en los vegetales crudos. Da elasticidad al tejido epitelial y es fundamental para los tejidos cartilaginosos. Las necesidades humanas de este elemento son aún desconocidas, pero se sabe que su falta produce problemas en la piel y los huesos, siendo esencial para el crecimiento de los seres humanos.
Vanadio: Se encuentra en los vegetales de hojas verdes y el aceite de oliva. Su presencia favorece la eliminación del colesterol y el aporte de oxígeno a las células. Estimula determinados procesos de mineralización, como el fortalecimiento de los dientes y su protección contra caries y roturas.
Yodo: Aparece en los pescados o en cualquier producto del mar (de gran riqueza en yodo). Las personas que siguen dietas con escaso consumo de sal deben complementarlas con yodo. Es importante para el buen funcionamiento de la glándula tiroides. Su carencia produce el bocio -o papada antinatural-, el cretinismo y un aumento de grasa unido a una pérdida de energía. Su exceso es dañino para la glándula tiroides y puede traducirse en una bajada de peso peligrosa y en un metabolismo excesivamente rápido.
Zinc: Se encuentra en los huevos, ciertos moluscos y en las semillas, como el germen de trigo. Está relacionado con el aprovechamiento de la proteína que tomamos, el desarrollo de los órganos de la reproducción y el buen funcionamiento del cerebro. Casi todas las dietas humanas son deficientes en zinc, debido a que los suelos presentan una grave carencia de este valioso mineral y además el procesado y refinado de los alimentos elimina lo que resta. Su carencia implica fallos generales en la salud y un mal funcionamiento de los sistemas encimáticos.