Su padre era teniente de policía de aquella ciudad y gran aficionado a las pesas, amor que inculcó enseguida a su hijo. Lou Ferrigno era sordo de nacimiento y sumamente tímido. Temía hablar con los chicos de la vecindad, le costaba trabajo hacer amistad con ellos, y sus primeros pasos en el mundo del hierro los dio en el sótano de su casa con la ayuda de un multibanco y un pequeño equipo de pesas. Lou no quería saber nada del mundo, y se encerró allí para practicar culturismo.



