El problema no radica en que las condiciones contra las que reaccionamos suelan ser tan dramáticas o amenazadoras como parecen, sino en que éstas ya se han apoderado, en cierto modo, de nuestro organismo, conduciéndolo a padecer los efectos del "stress" y en algunos casos obligándolo a actuar según pautas irracionales y peligrosas, siempre negativas para el individuo.
